Las redes sociales son el mal.
Nos quitan tiempo, nos absorben el cerebro. Son Belcebú en ceros y unos, son un cajón de tiempo perdido.

Son todo eso y mucho más. Pero, en su esencia, nacieron para algo bueno (amén de cobrar por la publicidad): Unir gente.
No os olvidéis de que vivo en una miniciudad al lado de los Andes llamada Curicó. Gracias a las redes, he podido formarme y conocer otros escritores. Sin ellas, sin la información que desinteresadamente estos grupos comparten, jamás hubiese llegado a publicar.
Una de esas personas es Laila R. Monge. Laila me entrevistó en su blog hace un tiempo. Cuando me contó su historia (mucho mejor que la mía) me pareció tan de novela, que la he invitado a que os la cuente.
Además, Laila acaba de lanzar su novela Un velo de libertad, que, aunque no sea novela feelgood, es un ejemplo de superación y de cómo afrontar la vida. No os la perdáis. Por cierto, que si llegáis hasta el final del post, podréis entrar en el sorteo de un ejemplar.
Y por supuesto, dentro música
Mujer, musulmana, madre y trotamundos
Hace algunos meses leía esta entrada de Cristina: “Las diez claves para ser feliz aunque seas escritor, o madre, o emigrante, o persona, o todo junto”. Era la primera vez que visitaba su blog, pero enseguida supe que tendríamos una conexión especial. ¿Por qué? Pues porque soy escritora, soy madre, fui emigrante, soy persona, y al final todo junto; y dicen que entre iguales nos comprendemos bastante bien.
Ahora me he metido en los treinta y me he parado a pensar en cómo he llegado hasta aquí: a ser mujer, musulmana, madre y trotamundos. Porque, la mía, es una historia digna de una novela. He tenido los altibajos de una protagonista chicklit y me encuentro en un momento feelgood donde estoy consiguiendo todo lo que necesito.
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¿Quién soy?
Antes que nada, soy mujer. Pero no una mujer cualquiera, sino el fruto de muchas experiencias en la vida que me hicieron crecer y madurar antes de lo que me tocaba. Soy una mujer que escribe, que cuenta historias, bajo un seudónimo que forma parte de mi día a día.
Supongo que fui feliz en la infancia, aunque a duras penas lo recuerdo. Porque luego llegó el bullying, ese que sientes en el colegio cuando eres diferente. Para ponerte en situación, te diré que llevo gafas desde los tres años o antes, y en los 90 no había cristales reducidos, sino de “culo de vaso”. Además, mi madre y mi abuela solían peinar mi pelo largo con una trenza de caballo de la que me estiraba medio colegio. La guinda del pastel era que aprobaba todos los exámenes con nota alta y mucha facilidad. Ah, y me gustaba mucho leer.
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¿Cuál es mi lugar?
Lo de ser musulmana no fue algo premeditado. Pasé muchos años de mi vida escuchando misas en la iglesia; pero, en algún momento, la curiosidad por el islam me hizo cambiar. No fue un camino de rosas, sino más bien de espinas que se me clavaban según avanzaba. Al conseguí descubrir el mundo ideal para mí, el que me llevaría a utilizar Un velo de libertad.
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¿Qué quiero hacer en la vida?
No todas las mujeres tienen la necesidad de ser madres, pero yo sí. Siempre viví con ese deseo de tener hijos correteando a mi alrededor. Soñaba con ser madre, con tener un pequeño muñequito al que abrazar y colmar de besos. Quizás por eso estudié Educación Infantil: me encanta sentir la alegría de esos pequeños. Las manualidades, los juegos, sorprenderles, que me sorprendan, acabar el día agotada pero llena de felicidad.
Pero no es lo mismo cuidar a los hijos de otros, como tener al tuyo propio. ¡Y me lancé a la maternidad!
Además, sé que los primeros años son fundamentales para los niños. Son cuando más rápido cambian, crecen y aprenden. No estaba dispuesta a perderme ni un detalle de los pequeños logros de mis hijos, así que decidí que pasaría con ellos los primeros años sin necesidad de trabajar fuera de casa. Lo que me apetece es escuchar su primera palabra, ver cómo da sus primeros pasos, sentir que va a enfermar mucho antes de que tenga síntomas… Para muchos igual es un sacrificio, pero para mí es mi felicidad, lo que me apetece, lo que de verdad me llena.
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¿Dónde poner el huevo?
Esta frase se la debo a mi abuela, que me la repitió muchas veces. Pero, como la vida no me lo ha puesto fácil, soy un poco trotamundos.
No me sentía bien en mi pueblo, así que empecé a cambiar de lugar. Me encanta Albacete, pero la playa, el clima y las gentes de Alicante hacen que sea especial para mí. Viví en Alicante dos años, y allí nacieron mis dos primeros hijos. Volvería a vivir allí hoy mismo sin dudarlo. Pero entonces llegó la crisis y hubo que hacer las maletas. ¡Oh, la, la! Sin pretenderlo, una oportunidad desde Francia llegó a nuestras vidas y no quedó más remedio que ser emigrantes.
Ese sí que fue un camino duro. Llegar a un país donde no conoces a nadie, y ni siquiera entiendes el idioma. Porque yo, de inglés, más o menos me podía defender en cualquier parte, pero con el francés estaba perdida. Una niña de 18 meses y un bebé de 3 eran toda la compañía que tenía durante los largos días de lluvia, sin salir de casa, mientras que su padre tenía que trabajar. Las semanas sin ver el sol, la dificultad del idioma, la soledad, las diferencias de estar en otro país… Me llevaron a tener dolores de cabeza muy fuertes acompañados de ganas de llorar. Siempre tuve facilidad con los idiomas. Y a pesar de no tener dónde ni con quién aprenderlo, mis conocimientos de francés iban avanzando a buen ritmo. El médico me dijo que tenía depresión por el clima y la falta de sol, pero no podía ir al psicólogo porque mi nivel de francés era pésimo, a pesar de mis esfuerzos. Intenté hacer alguna actividad con los niños para estar distraída, y entonces me encontré con otro problema: que no era buena para nadie.

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¿Nadie me quiere?
Para las mujeres francesas, no solo me limitaba el no poder comunicarme bien con ellas, sino también el hecho de que yo fuese extranjera. Las españolas no me recibían bien porque, aunque éramos del mismo país, yo era musulmana y no encajaba con ellas ni con sus intereses. Y con las musulmanas, yo tampoco era lo suficientemente buena como para que me aceptasen. Las marroquíes solo se relacionaban entre ellas, y lo mismo con las argelinas, turcas o de cualquier otra nacionalidad. ¿Qué podía hacer?
Necesitaba desconectar, hablar con alguien, distraerme. Por suerte le saqué a Internet todo el provecho que podía: abrí un blog contando cómo había sido mi camino hacia el islam, y empecé a participar en grupos de Whatsaap y chat de musulmanas hispanohablantes. Ya te decía más arriba que es entre iguales como mejor nos entendemos.
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El final feelgood
Por suerte, el destino nos devolvió la oportunidad de volver a España. Embarazada de mi tercer hijo, feliz por volver a donde siempre fui bien recibida, y con ciertas ideas en mente, por fin encontraba el camino para estar bien.
Y así, con tres hijos, poco tiempo y muchas ganas, me senté a escribir de manera seria. Descubrí que la escritura había sido mi mejor terapia. Que eran las letras, esas que tanto me habían gustado desde niña, las que me habían salvado de una depresión que podía haber acabado conmigo.

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Y entonces llegó ella.
Pensaba que ser escritora consistía en tener algún don especial. Mucha gente me había dicho lo mucho que le gustaban mis blogs sobre islam y maternidad, y a mí me encantaba plasmar sobre la hoja en blanco todos mis sentimientos. Pero, de ahí a ser escritora, faltaba mucho (o no).
Buscando encontré la posibilidad de publicar un libro con editorial de coedición. No me importaba pagar para que mis textos vieran la luz, así que me tomé la idea más enserio y seguí descubriendo este nuevo mundo.
La suerte quiso poner en mi camino a Ana González Duque cuando encontré en Facebook su grupo El escritor emprendedor. He preguntado mil y una tonterías en ese grupo, pero poco a poco he aprendido que existen otras opciones, y que los escritores no tienen nada mágico. Y así, con constancia, mucho esfuerzo, pero sobre todo con muchas ganas, he conseguido publicar mi novela; la primera de muchas otras.
Además, en este mundo de los escritores emprendedores, he descubierto que no hay competencia desleal, sino compañerismo. Entre todos nos ayudamos, nos apoyamos, y llegamos a ser verdaderos amigos.
Lo mejor de todo esto: que soy una mujer segura de lo que hago, una musulmana que lucha por lo que cree, una madre que se dedica por completo a sus hijos, y una trotamundos que seguirá viviendo experiencias en nuevos lugares.
¿Te has quedado con ganas de saber más, a que sí?
Pues prueba a seguirla en el blog (regala unas recetas riquísimas por suscribirte) o en sus redes.
Blog de Laila Monge
¡SORTEO!
Un velo de libertad
¿Cómo es posible que Raquel, una niña buena y estudiosa que va todos los domingos a misa, se sienta atraída por el velo de las mujeres musulmanas?
Con solo doce años, iniciará un viaje interior en busca de respuestas y de su felicidad. No lo tendrá fácil, pues sentirá la presión de ser diferente en un pueblo pequeño y el rechazo de su familia, que no comprenderán su forma de ver la vida.
Un relato autobiográfico que desafía el concepto de libertad.
Se te han puesto los dientes largos con la novela, ¿verdad? ¡Pues no pierdas la oportunidad de participar en el sorteo* de un ejemplar!
http://www.rafflecopter.com/rafl/display/2aff8d4a1/?
15 de octubre de 2018
[…] Decía Cristina Bou que las redes sociales son el mal: nos hacen perder mucho tiempo. […]
6 de octubre de 2018
Comprendo perfectamente lo que dice Laila sobre el poder de las letras como terapia. La lectura fue mi mejor compañía en la adolescencia, y podría decir que me curó la primera depresión. Y, años después, la escritura. Hay que tener valor, además, para compartir la propia experiencia con los demás. Enhorabuena.
6 de octubre de 2018
El libro correcto puede salvarte. En mi caso, escribir siempre ha sido mi forma de desahogarme, de ponerle sujeto verbo y predicado a mis sentimientos y así conseguir ordenarlos. Laila es una valiente por abrir esta pequeña ventana, pero ¡qué suerte que lo haga, porque es una delicia leerla! Gracias Sonsoles 😉
5 de octubre de 2018
Qué bien leer historias como la de Laila, personas luchadoras que no se rinden, que buscan y encuentran su camino. Nos da fuerza a los demás para seguir adelante. Me alegro mucho de que esté en su momento feelgood y ojalá pueda seguir escribiendo desde él 😀 Una entrevista muy bonita. ¡Un abrazo a las dos!
5 de octubre de 2018
Totalmente de acuerdo, es una de esas historias que inspiran a luchar por lo que quieres, a creer en ti misma, y a olvidarte del p+++ qué dirán. ¡Gracias por leerla y comentar MC!