Tienes ocho años para cambiar tu vida.

cambio cada ocho años

La teoría del cambio cada ocho años o cómo vivir tu propio arco de evolución del personaje.

Tienes ocho años para cambiar tu vida, para dejar de tener esa sensación de sociedad podrida y tiempo perdido. Yo voy por el sexto, así que estoy en cuenta atrás. ¿Y a ti, cuántos te quedan?

Mira que me gusta esta canción. Os dejo aquí la letra en la que Green Day se puso melancólico.

A veces no hay que cambiar a los personajes sino el escenario.

Unos días atrás encontré en las estanterías de la casa de veraneo de mis padres el libro: “El bolígrafo de gel verde”, de Eloy Moreno. Para ser sincera, recuerdo este libro con una sensación agridulce.

Por un lado, la historia, desde la sinopsis, me atrapó, precisamente porque todo el mundo tiene esa sensación de que la vida se le escurre entre los dedos, de que hay algo que está mal montado, cuando tenemos que vivir corriendo, dejar a los niños con los abuelos, o en la guardería desde las siete de la mañana, cuando el sueldo no nos alcanza para nada pero seguimos comprando y comprando…  En ese aspecto, el libro de Eloy relata esa angustia en la que nos encerramos de manera voluntaria.

Por otra parte, recuerdo que no me gustó tanto. Lo leí hace años, así que no sé explicaros los detalles del por qué. Pero los personajes no consiguieron atraparme del todo, el ritmo era lento, el final previsible.

Sin embargo, se me quedó en mente una frase, y no creo que sea una cita exacta, pero la recuerdo como algo así:

«A veces no hay que cambiar los personajes sino el escenario».

Eloy Moreno, o lo que yo recuerdo más menos.

En eso Eloy tenía mucha razón. En ocasiones miramos a quien tenemos al lado, al que hemos tenido a lo largo de tantos años, y pensamos que estamos cansados, que la rutina ha apagado el fuego, que ya no es la persona de quien nos enamoramos…¿Te suena?

¿Y si en ese momento, en lugar de abandonarlo todo, decidiéramos cambiar el escenario?

La teoría del cambio vital cada ocho años.

Una amiga me contó una vez que otra amiga suya tenía una premisa de vida: cada ocho años había que cambiar algo importante en tu vida para que no te comiera la rutina, para no tener ganas de abandonarlo todo. En realidad, ya os he hablado de esta teoría más de una vez.

Un cambio cada ocho años: de casa, de ciudad, de trabajo. Si sumamos lo que nos cuenta Eloy más esta teoría, no haría falta incluir a la pareja en esta lista. Es decir, inclúyela si quieres, pero ¿no estarás tirando la toalla sin que sea necesario?

¿Te has sentido alguna vez así?

Mi anterior etapa de ocho años.

Resulta que, mira por dónde, yo abracé esta teoría sin darme cuenta. Pasé ocho años trabajando como jefa de reservas en un hotel de Valencia, en la misma silla, prácticamente con los mismos compañeros, y con el mismo sueldo, en lo que cariñosamente llamábamos el “zulo”, porque era un despacho para diez personas sin ventanas. Ocho años de luz de flexo, polvo de impresora en suspensión, “Reservas, buenos días, Reservas buenos días, Reservas buenos días…”

Paralelamente, el Ingeniero llevaba sus propios ocho años dando clase en la UPV, empalmando contratos inestables (nada de funcionario). Todo esto durante la crisis del 2008-2016 . Ya sabéis,  mucha gente a la calle, inestabilidad por un tubo, etc.

Pasamos un tiempo en stand-by. No sabíamos qué iba a pasar al mes siguiente. Eso nos afectó en todo. La rutina es siempre dura, y nosotros llevábamos ya varios años juntos… Seis en concreto. No nos iba mal, pero tampoco es como que estuviéramos en el tiempo de las mariposas y en el uy qué me voy a poner para verle.

Entonces apareció una oferta para una universidad de Chile. 11000 km de cambio de escenario ni más ni menos. Toda una aventura allende los mares.

El final de la historia ya la sabéis de sobra. Aquí que nos vinimos, hace casi siete años.

El arco evolutivo de los personajes literarios, o el tuyo propio.

Cambiar el escenario es cambiar el argumento, y por tanto, hacer que tus personajes reaccionen de forma diferente. En literatura lo llamamos el camino del héroe, o el arco de evolución de los personajes. Es decir, cómo cambian según las dificultades que les ponemos. Por eso a los autores nos gusta tanto torturar a nuestros personajes: es por su bien, para que evolucionen.

Lo siento Ned, es por tu bien…

Enfrentarse a nuevas situaciones, nuevos problemas. Conocer nueva gente, juntos y por separado. Cambiar de trabajos, esforzarse y crecer a nivel personal… Todo eso hace que te descubras, que te des cuenta de nuevas fortalezas y debilidades, y lo mismo lo encuentras en la persona que tienes al lado.

Os puedo decir que fue todo un acierto para nosotros. Y eso no quiere decir que no haya sido difícil. La vida de los emigrantes es dura. Pero esto nos ha edificado a cada uno por separado, y desde luego  como pareja.

Vale, no te estoy diciendo que ahora mismo cojas las maletas y emigres de hemisferio. Pero quizás puedes pensar en algún cambio de casa, de trabajo, y, si no puedes, ¿qué tal pintar las paredes, cambiar muebles, encontrar un hobby nuevo?

La involución o el mi vida es siempre la misma

En estos años hemos visto parejas de amigos marchitarse en la rutina. Quizás, si nosotros nos hubiéramos quedado, si nos hubiera dado miedo el cambio,  también nos hubiese pasado. La rutina, las preocupaciones del trabajo, el día tras día igual, mismo círculo, mismos amigos, cero retos, cero emoción… Qué hubiera pasado, nadie lo sabe.

No os voy a decir que entre el Ingeniero y yo es todo como el primer día, pero desde luego hemos aprendido y crecido juntos. Enfrentarnos a situaciones difíciles nos han unido, y separado, y vuelto a unir.

Mi fin de ciclo

Resulta que esta teoría no la ha patentado la amiga de mi amiga sino que hace 400 años ya la había adelantado Baltasar Gracián, que decía que la vida transcurría en ciclos de siete años, en su libro “El arte de la prudencia”.

No soy tan intelectual, no os creáis, me lo contó Silvia Martinez Markus

Luego Rudolf Steiner le puso nombre dentro de su Antroposofía, como teoría de los septenios. Os dejo el enlace para los frikis como yo que queráis leer de estas cosas.

En fin. Si hago caso a la teoría, me encuentro al final de otro ciclo. Y si os digo la verdad, el gusanillo del cambio me recorre ya un poco. Es cierto que justo cuando se cumplan 7 años de mi llegada aquí llegará otro personaje a mi trama, mi segundo monigote, y eso de por sí ya será un cambio brutal.  Veremos cómo será eso de ser mamá de dos, en pandemia, con teletrabajo, y aspirante a escritora. Pero eso será otra historia.

Introducir otro personaje en mi mundo seguro que es un cambio muy importante, pero, qué queréis que os diga:  será que me he aficionado al cambio de escenario.

No es que vaya a dejarlo todo el día que se cumplan ocho años, solo que empiezo a plantear qué pasaría si alzáramos el vuelo. Me da un poco de miedo, claro, por aquello de  haber si me arrepiento luego. Desde la valla siempre se ve el jardín del vecino más verde, y desde la distancia uno idealiza ciertas cosas del lugar que te vio nacer. Ya sabéis, el eterno volver de los inmigrantes.

La otra vez fue una decisión que llegó prácticamente sola: estaba claro que necesitábamos el cambio. Y creo que esta vez será igual.

Porque la vida no nos debería hacer sentir como en una caja, sino como en un laberinto: lleno de recovecos sorprendentes, callejones sin salida, caminos que no esperábamos.

Y sobre todo nos debería impulsar esas ganas de seguir adelante, de llegar a una meta que no es tal, porque, aquí, lo emocionante, lo que vale la pena, lo importante es el camino.

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